Un paisaje incomparable: el surrealista extremo sur del Desierto de Atacama

Por Mark Johanson

Cuando mi avión aterrizó en el Aeropuerto Desierto de Atacama en el norte de Chile, sentí que había sido lanzado fuera de órbita hacia un paisaje marciano. Aparte del pequeño terminal, no había otro edificio a la vista en medio de un panorama de reseca tierra.

A unas 15 millas del aeropuerto, vuelvo a la realidad en el pequeño pueblo costero de Bahía Inglesa, una bahía azul turquesa de arena blanca perlada, donde contrato los servicios del guía local Carlos Pizarro, de Chillitrip, para explorar la remota mitad sur del Desierto de Atacama.

A medida que avanzamos por caminos de “bichufita” (un concentrado de sal marina), vemos a pescadores nómades recolectando algas en agrestes playas desérticas. También existen pequeños puertos como Caldera y Chañaral, donde hombres con pieles curtidas por el sol en puestos frente al mar venden piure fresco (una criatura marina roja) y ácidos ceviches.

El guía me lleva a almorzar empanadas de camarón en la aldea de pescadores llamada La Caleta, una accidentada playa dentro del Parque Nacional Pan de Azúcar. En el agua, en la isla homónima del parque que asemeja un pan de azúcar, hay una pequeña colonia de unos 40 pingüinos de Humboldt merodeando la costa en busca de alimento.

Puede que el mar aquí sea abundante, gracias a la Corriente de Humboldt rica en nutrientes, pero la tierra es árida e infértil. Este es, después de todo, el lugar no polar más seco del planeta. En el parque no llueve hace un año. Algunas estaciones meteorológicas de Atacama nunca han registrado una gota. El guía afirma que el área que estamos visitando sólo duerme por el momento. “Está esperando la lluvia,” explica, “pero cuando llegue, verás cuán vivo está
realmente el desierto.”

Lluvias esporádicas cada ciertos años dan lugar al desierto florido, una capa de flores rosadas, blancas y amarillas que cubren los valles montañosos cerca de la única verdadera ciudad por estos lados, Copiapó.

Esta ciudad surgió del desierto en el siglo 18 por el auge del oro, recibió al primer ferrocarril de Sudamérica y la más antigua línea telegráfica de Chile. Sigue siendo un próspero poblado minero por estos días, aunque el cobre es el metal en boga (Chile es el mayor productor de cobre del mundo).

Si han oído acerca de Copiapó, fue sin duda debido a los 33 mineros atrapados a más de 2.300 pies bajo tierra en la cercana Mina San José. Su dramático rescate luego de  69 días fue el evento de la cueva tailandesa de 2010, seguida por una audiencia mundial estimada en unos mil millones e inmortalizada en una película de 2015 protagonizada por Antonio Banderas.

A pesar de toda la atención, esta porción sur del Desierto de Atacama nunca ha captado realmente a los turistas, quienes generalmente se saltan completamente la Región de Atacama en Chile para llegar al centro turístico de San Pedro en la Región de Antofagasta más hacia el norte.

Volé hasta el aeropuerto de Copiapó para averiguar por qué, y tratar de descubrir lo que el resto se está perdiendo.

Mi base es el Hotel Wara (cabañas desde 200 dólares por noche), una deslumbrante propiedad decorada con alegres cactus y prismáticos textiles andinos donde Banderas y sus colegas actores alojaron durante la filmación de “Los 33.” Luego de una larga tarde recorriendo la costa, parto el segundo día con el guía para explorar arte rupestre en la vecina Quebrada de las Pinturas.

Esta escarpada quebrada alberga una colección de pinturas realizadas hace aproximadamente 1.500 años. Representan guanacos y figuras humanoides, y entrega tentadoras ideas acerca de la cultura de Las Ánimas, cuyo pueblo dejó marcas de su vida en uno de los lugares más inhóspitos del planeta. El guía afirma que es uno de los mejores puntos de Atacama “para reflexionar acerca de la vida de nuestros ancestros y la profunda conexión que tenían con el desierto”.

El paisaje desde mi ventana pasa incontroladamente de severo y angular a suave y polvoriento, contradiciendo así los estereotipos de los desiertos como páramos monótonos y vacíos.

No lejos del arte rupestre nos encontramos en el Mar de Dunas, un paisaje tipo Sahara de ondulantes cerros de arena que son tres veces más altos que sus contrapartes africanas. El área es popular para hacer caminatas y lanzarse en tablas de arena, pero vinimos a manejar un poco fuera de las rutas establecidas, tipo Rally Dakar, cuya ruta a menudo serpentea por este gigante banco de arena.

Luego de mucha acción y emoción subimos hasta la cima de la encumbrada Duna Medanoso para extender coloridas mantas andinas sobre la arena y contemplar el atardecer que envía sombras a danzar por el desierto.

En mi último día en Atacama, con el guía subimos al Altiplano por un ancho valle de color caqui. El plan es contemplar los atractivos que nos dejarán sin aliento (casi literalmente) del Parque Nacional Nevado Tres Cruces, una reserva andina cubierta de nubes al oeste de los Ojos del Salado, la segunda montaña más alta de Occidente y el volcán activo más alto del mundo, a casi 23.000 pies de altura.

Nos detenemos varias veces durante la subida para adaptarnos a la altura, visitamos el pueblo fantasma de Puquios (con una antigua población de 5.000 habitantes) y algunos pequeños oasis habitados por la comunidad indígena Kolla, que venden coloridos textiles y trozos de queso de cabra. Al momento de llegar a la entrada del parque, estamos respirando un 30% menos de oxígeno a una altura de aproximadamente 13.000 pies.

El guía me cuenta que esta área es llamada “el cielo de Sudamérica,” puesto que alberga 16 cimas de más de 20.000 pies. En ningún lugar aparte de los grandes Himalayas existen tierras tan altas. Estos áridos picos volcánicos son el telón de fondo durante nuestra tarde en Laguna Verde, una etérea laguna de ese color, poblada por flamencos rosados.

Caminar el sendero de media milla hasta el borde de la laguna desde el pequeño albergue de montaña del parque es una tarea agotadora. El delgado aire me hace envejecer 30 años, mientras los fuertes rayos solares debilitan mi energía y succionan toda la humedad de mis hinchados ojos.

En el camino de regreso a Copiapó aquella tarde bordeamos el Salar de Maricunga, un salar de un blanco deslumbrante cerca de la frontera con Argentina. Es el salar más austral de Sudamérica, y su blanqueada superficie contrasta con los oscuros cerros marrones del Altiplano.

Es difícil imaginar por qué esta tierra de superlativos todavía no ha captado la atención de los turistas. Esto podría cambiar este verano. El 2 de julio, el sur de la Región de Atacama será uno de los únicos lugares del mundo donde se podrá observar un excepcional eclipse total de sol, atravesando un desierto que alberga el 70% de la infraestructura astronómica mundial.

Luego de unos pocos fugaces momentos fuera del foco de atención, tal vez el extremo sur de Atacama recibirá finalmente la atención que merece.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Chicago Tribune, la traducción corresponde a Fedetur. Si quieres leer el artículo original, haz clic aquí.

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